lunes, 27 de febrero de 2006

Una paradoja y su sustento personal

Una paradoja

Pueblos enteros engordan, se llenan el estómago con los huesos de los que mueren de hambre.
Pueblos enteros engordan, recogiendo las monedas de las fuentes, robando sueños y esperanzas.
Como la abstracción de un círculo, una maliciosa perfección, en una secuencia sentenciosa, primero las manos que condensan el poder, que condenan con promesas a millones de cabezas a permanecer por debajo del trono, a rodar de ignorancia, luego nos enjaulan en el dilema que termina por hacer perfecto el rodaje, ¿mantenemos la mentira, o dejamos a las caras embarradas morir de hambre? Ante los rostros, que hacen desaparecer a la cifra de pobreza, convirtiéndola en una realidad palpable, ante los ojos desesperanzados, alimentamos sus bocas, y sin quererlo vaciamos sus corazones, opacando el grito desesperado que se ha adormecido en las entrañas, ese grito que nos hace humanos, ese que dice: ¡Yo soy como vos! ¡No quiero tus sobras!. El mismo grito que parece nunca haber viajado por las manos poderosas que reciben gustosas nuestras "contribuciones", por una patria mejor, por algunas casas más grandes, algunas cabezas más pensando que hacer con tanto oro debajo de la almohada.
En la escuela nos contaron del viejo Señor Feudal, las monarquías, los embriones de las liberaciones, de las independencias, del descubrimiento más grande del hombre al conquistar la razón: la libertad, los valores humanos, humanos, esa palabra que encierra a todos por igual, bajo el mismo nombre, desnudos de pieles y condiciones. Revolución Francesa, los derechos, todo pintado en papel. ¿Cuándo dejamos la esclavitud y el tributo? En medio de esa gran palabra, "postmodernidad", el Señor Feudal está más despierto que nunca, desperezándose con el aire de sus esclavos, tan contemporáneo como nuestras pisadas.
La impotencia de vivir en esta horrible mentira, de cuidar al "de abajo", de priorizar su subsistencia, olvidando la dignidad, como si no fuese una condición primaria y exigible. Proteger al de abajo, manteniendo así al de arriba, dejando que siga en su siesta, durmiendo acostado encima de nuestra paradójica bondad. Si esas voces inocentes no cantan, es porque les han robado lo mejor: las ganas de gritar, y a nosotros los esclavos nos han convertido simultáneamente en amos, responsables también de ese trueque, en donde se intercambia la humanidad, por un trozo de pan.
Pueblos enteros engordan, y nuestra generosidad es más alimento para devorar, más mentira, más curva circular.
*
Su sustento personal...
Me pesan las manos, me pesan los ojos, me pesa el cuerpo, de no hacer nada.
Cuando camino, mis pensamientos comprometidos, se quedan en silencio, y me convierto en uno más. Uno más, dormido en las palabras, asustado de ver la realidad. Un día de estos... será.
Cuándo camino, y veo, hasta creo tener razón. Caminar, teniendo pensamientos de los que al rato me arrepiento. Verlos. Caras embarradas, panzas flacas, ropas sucias, y palabras burdas, niños inocentes que ya saben engañar, convertidos en el malestar de la sociedad, el estorbo, instantes en los que mis pensamientos se desplazan y se condensan, se combinan una y otra vez, hasta convertirse en culpa, malditos pies que me han llevado por el camino de creer, con o sin razón, que en muchos de ellos, la dignidad no existió y nunca existirá, pensamientos que me agobian y me cargan de culpa, ¿cómo excluirlos, en esta cabeza, de la posibilidad de ser capaces de considerarse tan humanos, como cualquier humano?¿ Acaso tengo el derecho de semejante conjetura? Cuando los miro, veo un futuro tan librado al azar, que me asusta que sean tantos, la impotencia me envenena, y me siento egoísta, porque los de la impotencia y el susto, son ellos. Criados a frío y hambre, pero lo más dañino, criados como los "de abajo", como los que viven de los restos del balcón "de arriba", me da bronca pensar que quizás muchos de ellos no topen sus almas con el sentimiento de la dignidad, ya sea transmitido por alguien que la siente y la quiere contagiar, ya sea porque la vida les es agraciada y les muestra de alguna manera el valor de ser persona, ya sea porque de alguna forma, como un bote que rescata a un naufrago, la resistencia llega a la orilla, y se salva, y los gritos no se ahogan, ni el reclamo se enmudece, pero, que alguien me perdone, no puedo dejar de pensar que no serán muchos, sino pocos los que tengan la fortuna de sentirse grandes, y llegar a la orilla, porque, ¿quién, en su sano juicio, se sentiría grande y potencial, sentado en un rincón, atado de pies y manos, con los ojos vendados, y la boca abierta para que alguien que pase "emboque" un pedazo de pan? Para que algo así fuese posible, la fuerza del espíritu, alma, mente, o como se le quiera llamar, debería tener la fortaleza del amazonas, si no me quedo corta. ¿Quién los sienta en un rincón, los ata, y los ciega? El poder, el egoísmo, la no-consciencia, la vanidad, nadie en particular, todos en general, culpando nos quedamos señalando, y ahí va nuestro aporte.
Quizás alguien pueda salir a la calle y acercar más a la vida a alguno de ellos, me atormenta tener la certeza de que es una mayoría la que quedará varada, sin la mirada de nadie y la exclusión de todos. Me atormenta la realidad, me atormenta mi aporte que sería exactamente un grano de arena. Nada más, casi todo, casi nada.
¿Qué estoy diciendo? Nadie conoce la verdad, pero todos la buscamos... yo quisiera interpretar de otra manera lo que veo a mi alrededor, ¿Qué posibilidad tienen de ver la vida de otra manera? ¡si parecen enjaulados! ¿Alguien se ha preguntado porqué la gente mediocre es mediocre? Quizás por debilidad, quizás frustración, pero esos son espejismos para quien ha recibido solo lo indispensable para llenar la panza, la dignidad también se alimenta, pero no con monedas. Ese es un metal que el espíritu no ha aprendido a digerir.
Hay cosas que son irreversibles, ojalá existiese la magia de los cuentos, que devuelva a tantos ojitos las tardes de pelotas y muñecas, que quizás hubiesen sido tan cruciales, como hoy creemos que es darles de comer, para tapar un vacío que no se llena con materia.

todo lo que puedo ver todo lo que puedo ver es un territorio plagado de objetos, hilos, colores y figuras extrañas moviéndose, acercándose...