jueves, 24 de mayo de 2012

Reloj

En la habitación se detuvieron las agujas del reloj que colgaba de una pared. Quien lo había comprado años atrás dormía en la cama que estaba junto a la ventana. El reloj era cuadrado, marrón y de plástico: “chino”. Aires bovaristas poco decorosos enfundaban sus agujas con un papel metálico plateado, y trazaban, con notable vagancia, una serie de vetas irregulares que pretendían imitar la madera. Como si todo esto fuese poca humillación para la industria relojera, las agujas castañeteaban al marchar, y no me refiero al legítimo “tic-tac”, sino a un sonido estridente sin traducción convencional, parecido a: “chiquichik-chak”. Haremos un paréntesis histórico aquí para que el lector pueda dimensionar la aparente minucia que hemos descrito. Desde los inicios de la historia del reloj, allá por 1300, el sonido esperable siempre ha sido el mismo: “tic-tac”. Y esto no es un mero capricho conservadurista, la maquinaria interna de un reloj mecánico es un mecanismo de suma complejidad, y la limpieza del sonido que emite es un fiel retrato del ajuste de dicha maquinaria. Es por esto que un reloj fue por mucho tiempo una obra de arte. Y es por esto que los relojes a pila aún emiten aquel sonido característico: para mantener vivos los momentos adversos de su historia, conservar la identidad, y esas cosas que pasan en todas las comunidades. Además, el asentamiento de este sonido permitió a los seres humanos habituar el oído, y posteriormente el cerebro, pudiendo así dormir en su presencia sin que el inagotable compás alborote el sueño.
Esta digresión no sólo explica la calaña del reloj que protagoniza nuestro relato, sino que además explica algo crucial. Debido a las características del sonido en cuestión, a nuestro joven le llevó más tiempo del promedio iniciar los procesos de habituación mencionados, por lo que, en este caso, el repentino “no-castañeteo” de las agujas funcionó como despertador. Fue el silencio el que envió una señal de advertencia al interior del sueño que el muchacho que compró el reloj estaba soñando. De repente todo allí dentro enmudeció, y al despertar notó, no sólo que las manecillas estaban quietas, sino que todo a su alrededor descansaba en un profundo silencio. Pensó en levantarse y hacer lo de siempre para no dar importancia a la sensación fría que se le acababa de instalar en el pecho. Cuando se dispuso a hacerlo, retiró las sábanas, pero éstas no hicieron su típico frufrú, se puso las pantuflas, y éstas no rozaron entre sí, ni rechinó el suelo de madera cuando dieron su primer paso. Luego de algunos minutos de parálisis, y con un leve temblequeteo en sus manos y un brillo de transpiración en el rostro, nuestro protagonista desvió la dirección de sus pasos hacia el escritorio. Se sentó, mientras un pensamiento flotaba en el aire “quién se cree este venir a instalarse así en mi pieza”. Con un gesto de resignación tomó lápiz y papel, y como si escribiera algo que nítidamente se leía en un papiro del otro lado de su pecho, dibujó las siguientes palabras:

”el cosquilleo de las pestañas
cuando se arrima mi mirada
a tus ojos-tobogán”

Luego de separarse con desdén del papel y el lápiz, y como cualquier lector podrá anticipar, nuestro muchacho se dirige hacia la puerta con aires de abandonar la habitación, da un portazo y chiquichic-chak, todo a su lugar.

todo lo que puedo ver todo lo que puedo ver es un territorio plagado de objetos, hilos, colores y figuras extrañas moviéndose, acercándose...