lunes, 30 de marzo de 2009


¿Toda mi vida será el invento que le sigue al suspiro que anuncia
que la tinta hará dibujos sobre algún papel?
¿Las cosas jamás se quitarán ese antifaz
que me obliga a garabatear los nombres de este mundo?

miércoles, 25 de marzo de 2009

Yo escribiría sobre él

Como conocidos hablaban. En realidad, él le hablaba, sobre el precio del medicamento para el asma “nadie te da nada, nadie te da nada, como ciento cuarenta pesos te sale”, y le muestra un disparador azul. Le cuenta que el aire que se respira en Anisacate es el mejor remedio “cuando tengas un fin de semana anda… te parás en la montaña, buscando el aire de arriba, se te llenan los pulmones…” Su compañero de asiento expresaba su atención con un leve movimiento en los ojos, casi imperceptible. La dirección y posición en la que se acomodaba su cuerpo delataban un desinterés que no quería ocultarse. El mensaje era evidente para cualquiera que por allí pasase. Sin embargo el hombre, de camisa arremangada, gastada y percudida de trabajo, continuaba hablando con el talante de quien está sosteniendo una conversación con alguien que mira a los ojos. ¿Alguien puede recibir mi alma? ¿Alguien puede decirme que existo? El acompañante de asiento se levanta para descender. El hombre miraba por la ventana para encontrar el asiento vacío al regresar los ojos. Los ojos, verdes, profundos, cansados pero intensos. Miran penetrando. Miran sin vergüenza, sin pudor, sin advertencias. Miran sin tapujos, sin disimulo. A la gente alrededor, al asiento vacío, al asiento ahora ocupado por una joven, tras la ventana, a mí parada al costado de su nueva acompañante de viaje. Mirada que busca, que interroga ¿Alguien puede recibir mi alma? ¿Alguien puede decirme que existo? Su dedo gordo insiste en raspar la cutícula del dedo gordo de la otra mano. Las manos son arrugadas y el gesto es de niño. El movimiento se repite, conversando con ese par de ojos inquietos. Miro a mi alrededor, hay cierta armonía. Los movimientos de las personas están envueltos de certidumbre. Bajan, suben, caminan, leen, responden un mensaje de texto, miran un punto fijo, caminan en línea recta, o simplemente se dejan adormecer por el movimiento del transporte. Una fría armonía que la presencia de este hombre quiebra. Porque él busca, pide. Mira a su reciente acompañante, ésta escucha música, mirando hacia el frente. Esa mirada hacia ningún lugar que sin embargo ostenta una seguridad indispensable. La mira con profundidad y templanza, le pide. No logran esos ojos verdes romper la esfera que cubre a la abstraída joven. El gesto en sus manos se intensifica a tal punto que me rasca las entrañas. A veces indiferente ante desgracias televisadas, otras, al borde de las lágrimas ante acontecimientos apenas percibidos. Un hombre-niño gritando en medio de una isla solitaria. No era aburrimiento, estoy segura, el aburrimiento ajeno no llega a las tripas íntimas. Era cuestión de vida o muerte.
Cuando bajé sabía que escribiría sobre él, sabía que un par de imágenes quedarían curiosamente sobresaliendo en mi memoria. Antes de bajar imaginé que pronto llegaría a su casa donde alguien lo estaría esperando, alguien que lo recibiría. Quizás un niño o una mujer. Curiosa también la forma de sepultar la sensación de no haber respondido cuando esos ojos se dirigieron hacia los míos.

martes, 17 de marzo de 2009

(escritos que se escriben detrás de las ventanas)

baja arrebatada el agua por las escaleras
las burbujas se lanzan de cabeza al suicidio escalonado
y al final quedan lágrimas chorreando zócalos
aureolas húmedas de viejas correntadas
como las palabras que se dicen sobre el amor

miércoles, 4 de marzo de 2009


no quiero las arrugas en mis manos

para atreverme por fin

a escribir mi nombre en mayúsculas

todo lo que puedo ver todo lo que puedo ver es un territorio plagado de objetos, hilos, colores y figuras extrañas moviéndose, acercándose...