lunes, 25 de septiembre de 2006

Descripción.



A Pablo le perturba que sólo sean dos las cucharadas de azúcar las que le regalen el sonido al chocar con el agua caliente, a veces tiene que lidiar con la perturbación que causa decidir entre un té más dulce que a su gusto y menos sonidos de granos de azúcar golpeados por la pantalla de agua, como un piso que se disuelve.
Olbap, arrebatado, lanza el azúcar desde el tarro, ni cuchara, ni sonidos, ni siquiera dulce o amargo, sólo una mera contingencia de acontecimientos desordenados.
Pablo se engaña a sí mismo, cuando al recalentar un té en el microondas, a causa de algún suceso-interruptor-de-té, siente que el calor es distinto, que el líquido fue poseído por unas ondas extrañas que han raptado lo genuino, que de un momento a otro perdió. El humo ahora parece sintético, y se le restan grados de placer al consumar un sorbo. Olbap descansa sus ojos en los dibujos que el calor figura en la superficie de la taza, sin importar que éstos sean cada vez más débiles, y su té más frío, si tiene la energía suficiente, quizás se pare, se calce con suerte algunas zapatillas de chancletas, y llegue a la cocina para abrir esa mágica puertita y apretar un par de botones (también mágicos) que dejarán como nuevo al descuido de la taza ahora tibia, agonizante. De todos modos, esto sucedería con suerte. Probablemente si somos realistas, tapándole las orejas a pablo para que no sufra, Olbap haría otra cosa más práctica: asesinarlo, abandonarlo, dejar que se enfríe sin más, esperar a que alguien lo tire, y en algún otro momento con más tréboles de cuatro hojas, tomar el té en condiciones.
Nuestro amable Pablo, suele acompañar con tres o cuatro galletas a este episodio. Las muerde siempre perimetralmente, cuidando que no se quiebren. Junta las migas en un rincón, y si está de humor y el tiempo lo permite, juega con ellas, formando triángulos de migas de galletas sin sal con sus dedos, al costado de la mesa. Olbap devora, escupe, se llena de pedazos la ropa, suele terminarse el paquete sin preferencias mayores que el vencimiento lejos de la fecha, o de sus ojos. Se para y sacude, las migas sin existencia alguna ruedan, se chocan, algunas caen al piso, otras, vaya uno a saber que es de las otras.
Olbap no cuida el tiempo, se le enfría el té porque es desprolijo y no ve a los segundos matarse a golpes con el tic, con el tac.
Pablo calcula, mide, especula. Tiene un reloj a la altura de la nariz en su escritorio, con solo girar unos milímetros el iris puede verlo acusando cuantos minutos pasaron de los cinco concedidos para la temperatura justa de la infusión. ¿Infusión? ¿Qué es eso? Que manía que tenés de hacerte el complicado, por ahí juraría que tenés 125 años y dolor de muelas, el té es té y punto, que tanto lío (Olbap). A veces cuando Pablo mira, el reloj esta de espaldas o en una posición que le tapa la cara, como un hombre caído, es Olbap que no entiende nada de números, solo que lo ponen nervioso, y lo tumba (al reloj).
Sin mayores precauciones, Olbap pone el agua a calentar, quizás exploten muchas burbujas desesperadas gritando piedad, hasta que este despistado hombre se digne a regresar. Ya lo imaginamos todos, Pablo se sienta a esperar, haciendo guardia, que el agua evaporada sea la justa y necesaria, un gas vaporoso de más perdido en el espacio infinito podría alterar las medidas requeridas entre sacos de té y tazas, acordes a las distintas ocasiones.
Olbap siempre ensucia, desde los bordes de la boca a los que no debería llegar gota alguna, hasta la pera y papeles varios que casi siempre están dispersos por toda la mesa en la que se halle sentado incursionando alguna lectura. Lectura, Pablo lee horas seguidas con metas fijadas de antemano, por intervalos de tiempo, por cantidad de páginas, otras desafiantes. Los recreos son breves y cargados de culpa, casi no consume alimentos al momento de esta actividad que requiere de todos sus sentidos. Si tiene que remarcar, esto se hará con colores suaves para no corromper la tinta original, regla, y lápiz que será repasado en lapicera una vez que abunde la seguridad (escasas oportunidades), Olbi dibuja garabatos, no solo en los márgenes, sino en todos los espacios blancos radiantes tentadores, coloreará con diversas tonalidades todo tipo de palabras: las interesantes, las extrañas, las que suenan gracioso, las que no entiende y nunca buscará en el diccionario, las de algún nombre y/o fecha que parece importante. Como ya sabemos, no tiene consideración de la hora, la actividad puede variar desde un mayor tiempo dispensadoen los “firuletes”, hasta una equidad entre estos y la lectura.
Llega un punto en el cual Pablito y Olbito confluyen, cuando Olbap lleva excesivamente más tiempo en márgenes, no-márgenes y colores, que en lectura, algo le empieza a picar en la cabeza, Pablo se le ha metido dentro y le rastrilla el cerebro, preocupado viendo si encuentra alguna semilla para regar, a veces la encuentra y Olbi termina por mirar la hora y las hojas leídas, notando un gran defasaje que le empuja a una extraña sensación de “apablonamiento”. Pablo se ríe y se le sienta enfrente ostentando toda su prolijidad y orden, ideas relevantes subrayadas y un té a medias que aún emana humo de calor. Olbap lo mira, se gruñen, se abrazan, cambian de lugar, Olbi le tira el pelo y hace un ademán que parece pedir la retirada de su única compañía. Única compañía, esto alude a eternidad, son sólo eso, uno y otro, para eso existen, para no estar solos. No pueden estar solos, son como un par de guantes y el frío, como un par de ojos abiertos y sus parpados caídos, como todo lo que existe, como los opuestos que de tan distintos son toda la unidad factible de inteligir, ya nos lo dijeran los griegos y sus dobles un par de muchísimos años atrás, que no son más que la unidad originaria de todo ser humano. Doble, double, doppia.
Una metáfora visual: Pablo mira a un anciano y se admira de su sabiduría, consigue no asustarse de su posible devenir, connotándolo de benevolencias y justificaciones; mientras que Olbi, en el interior de su pecho, se desintegra de la desesperación, como el inevitable destino silenciado del azúcar en su agua caliente, quien muestra su dulzura robando su rostro, y otra vez las dos caras de la moneda.
Pablo es de géminis, siempre usa guantes, toma té y lee, mira poca televisión pero escucha radio, se enamora del ding dong de las campanas a la mañana, Olbap hace lo mismo, exactamente lo mismo, pero sin chululerío; un instante agotará sus vidas, con metáforas o con cosas simples. El amor y el dolor, con flores o sin ellas, siempre se presentan. Pablo le inventa nombres e historias, Olbi quizás se sienta un poco manipulado, será porque no inventará tantas historias y sentidos que expliquen los porqué de la humanidad toda.
Las opiniones con el tiempo varían, pero no engañan, a veces decimos desconocernos, como si alguna vez nos hubiéramos conocido (¿conocer qué?), que imprudencia tan sana, para no morirnos del mal mas oceánico, infinito y salado, la nada toda, mejor tomemos un té caliente y dulce. ¿Nada toda? ¿Pero qué es eso? ¡No ves que hablás para complicarte la vida! Yo no entiendo para qué tantas letras y papeles (Olbap, serio). Con el tiempo uno piensa ¿Cómo pensé aquello? Pelean Pablo y Olbap. Cuando hacemos algo que no entendemos porqué en el preciso momento que lo hacemos. Más Olbap. En el fondo si me preocupa mi edad, las arrugas, ¿Soy yo o es él? ¿Somos?

viernes, 8 de septiembre de 2006

Las doce

Y si, ya son las doce, ya pasaron los largos y breves momentos en los que el estudio se me esfumó de las manos. Son las doce, y ya no queda nada por hacer, los ojos ya tienen arena, las manos se mueven lentas, la conciencia moral quiere irse a dormir, con la excusa de funcionar mañana. Son las doce, y como a las doce de cada noche, pasa un dia mas, arrebatado y sin pedir permiso. Otra vez las mil promesas para un dia que debería tener 17.000 horas, que hacen que le echemos toda la culpa a las pobres y escasas 24, que restadas a todo tipo de actividades hiper-necesarias, se reducen a un humilde par, en el que se desplazan esos intentos largos y breves de estudiar, entre mates indispensables, inspección de heladeras, la necesidad del diálogo y amor cotidiano junto con algo de alienación cibernética. Son las doce. Ya duermen esas flores que se cierran de noche que no se como se llaman, ni me importa. Yo sigo acá, manteniendo el aire, tratando de no dormirme, pensando en las 17.000 horas que debería tener el día que sigue y me persigue, para terminar como hoy, disfrutando y riendo de las cosas menos programadas, que siempre se nos escapan de cualquier esquema, haciéndonos la burla, mas graciosa, que tiene lo cotidiano mismo de la vida. Y si… son las doce, ya y cuarto, entre letras y suspiros, pero hoy son doce especiales las cumplidas, esta noche, como absolutamente cualquier otra, y como ninguna que jamás se repetirá, hay algo haciendo metamorfosis, una coraza que se rompe, un vistazo hacia los límites de la complicación, esa que tanto me ha perseguido, cada vez que hablo y escribo. Hoy son las doce, y no me importa, no lo noto, lo que noto son ganas de hablar escribiendo, con las palabras que nunca uso, cuando callo narrando aventuras de desconcertantes espectáculos de la existencia que se desplazan frente a Lucía, esa que mira y escribe, como si supiese algo más, como si tuviese algo que decir. Son las doce, y no tengo nada que decir, nada nuevo, nada no dicho, nada de nada. Son las doce y no me importa, oigo sonidos que me enloquecen (la tele), me distraen, pero no cierro la puerta para lograr esa concentración que requiere preguntarme esas cosas, hoy invento lo que quiero, hoy soy capricho.
Es el cansancio, y las ganas de tomar un mate con el azúcar justa, yo tomo almíbar, aunque digan que corrompe el verdadero sabor de la yerba, no me importa.
Ya entiendo… cuando era chica, y me subía a la calesita, me gustaba ver todo dar vueltas, pero llegaba un momento que el ritmo me cansaba, o el mareo me hacía bajar, o simplemente me aburría. Hoy, no se mañana, me bajo de la calesita, para intentar mantenerme abajo algunos otoños, para sentir el crujido de las hojas debajo de la zapatilla, vieja, rota, sucia, pero mía.
Quiero el cordón de la vereda, el olor del café a la mañana, la bendita y eternamente repetida brisa sobre la cara, el amor de los guantes cuando las manos se me hielan, el silencio que me hace llorar y me despierta con sus gritos para decirme que estoy más viva de lo que creía, los ruidos que me hacen dejar de ser la más vulnerable presa del más perseguidor pensamiento, quiero tener setenta años y seguir bailando sola, como todos, algunos bailamos con los ojos, con las manos, con el golpe de los pies al ritmo de la música, los dedos al borde de la mesa, con saltos, haciendo eco, con la voz del tarareo; quiero seguir creyendo que el pasto se pone contento cuando llueve, y que las hormigas siempre sean viajeras, quiero las medialunas inamovibles del café con leche, quiero al más grande fenómeno siempre en mi vida, los amigos; quiero encontrar rápido la perilla de la luz cuando siento ruido a “bichos” en la noche, quiero sentir el frío del piso en los pies cuando hace calor, quiero lo más trivial y trillado, quiero a lo que me he enfrentado hasta hoy, porque hoy son las doce, y estoy debajo de la calesita, sintiendo ese crujido de las hojas por mi escritas, crujidos que son reclamos, reclamos por un dia sin acentos y con menos pliegues.
Ya no quiero ser escritora, quiero conocer mis faltas a través de la escritura, quiero encontrarme en el discurso, para algún día, dejar de escribir palabrerío. Y si, todos tenemos utopías.
Son la doce hiper-pasadas, y tengo la indispensable necesidad de alivianar mi cotidianeidad, yéndome a leer, y a dormir. ¿Será cierto que las personas hacen giros en sus vidas, o se los inventan? A mi esto me suena a invento, pero eso ya es tema para complicados, hoy no me toca. Se pasaron las doce, es increíblemente indispensable que me vaya.


martes, 5 de septiembre de 2006

algo de nada, como siempre


No hace falta entenderlo,
Ni hace falta creerlo,
Ni si quiera convencerse,
Simplemente decirlo, narrar, para que nuestros oídos escuchen, ese punto y coma, en la enumeración de las causas de nuestros sentimientos.
El hábito, que coloca a cada i debajo de su punto, se encargará de lo demás, se encargará del punto y aparte, ese que bordea y burla a la locura producida por no entender quien golpea a la puerta de la casa vacía (que nunca contesta y mantiene sus persianas cerradas, con un gato negro en la entrada) disfrazando de pleno sentido a la narración, acariciando el punto final, de la historia feliz, esa, la que conocemos todos, el profundo pueblo del alma, en donde vivieron felices hasta que se los comieron las perdices.
Así son las palabras, nos encarcelan con cadenas de simbolismos en la racionalidad, en los cuentos, las historias, ficciones que son vidas, aunque siempre queda ese margen, ese espacio en el rincón de la hoja donde hacemos garabatos, como un suspiro, un aire, un delirio, donde nacemos y morimos, para continuar ficcionalizando la mas irracional de las maravillas, para dejarnos así tranquilos, de una vez, tomando mate al borde de la vereda, esa, que conocemos todos, que separa las ruedas de los pies, a veces es de cemento o de barro, pero siempre separa.
Comencé pensando en una hermosa historia, que no había que creer, ni entender, solo oír… pero se me perdieron las palabras, me las sopló el viento, que entró por la ventana, debe haber sido el gato que la dejo abierta, con su negro silencio de pisadas suaves, entra a cada rato, y me destroza el alma.

todo lo que puedo ver todo lo que puedo ver es un territorio plagado de objetos, hilos, colores y figuras extrañas moviéndose, acercándose...