martes, 21 de noviembre de 2006

(el cuadro de la pérdida constituyente)

Que necesidad de hacerte cantar Mona Lisa, a ver si de una vez abrís esa boca, y nos hablás de los misterios de la humanidad, condensados en la vida de tantos Leonardos.
Tantos Leonardos eternos buscando a pinceladas aquella sonrisa inmaculada, que nos devuelva todo lo que nos han quitado, en el más mudo de los silencios, y la más dulce, verdadera y penetrante de las miradas. Siempre hacemos lo mismo, te dibujamos perfecta porque así creemos haberte tenido; las pinceladas nos son inherentes, es nuestra forma de retener eso que se escapa, aunque sea en el trozo de un lánguido y fatigado papel.
Al final las pinturas de cualquiera son las pinturas de todos; es ese exacto punto del arco iris, en donde las palpables diferencias (que reclaman los matices) se hacen tan indiferentes como exasperantes. Ahí donde los colores no se distinguen estamos los Leonardos; en el minúsculo fragmento donde quepa la humanidad toda; en el majestuoso espacio del “casi”.
Didi y Gogo te esperan Mona, están debajo de aquel árbol, el mismo de siempre, en donde cada noche se separan para reencontrarse en un abrazo y repetir el absurdo sin si quiera notarlo. Si abrieses la boca Mona, podríamos cantar con los pájaros el descanso de la esperanza. De una vez por todas, escápate de ese bendito papel y corre lejos de aquel museo, hazte sangre corriendo por las venas, cura las cicatrices de las alas invisibles.
abril 1452

sábado, 11 de noviembre de 2006

HISTORIA DE LOS CAMINOS Y LOS CAMINADORES

En el antes no había después. En el antes estaban los dioses más grandes, los que nacieron el mundo, los primeros. Uno de los siete dioses les dijo a los otros, o sea que se dijo a sí mismo que tenían que encontrar el modo de llegar al después y no estarse siempre en el antes y entonces los dioses se pusieron de acuerdo y dijeron que sí, y se pusieron a bailar de contentos. Así como estaban en el mismo lugar , se empezaron a chocar unos con otros y en su bailadera unos se aventaron para un lado y otros para otro y entonces el antes se hizo un poquito más ancho y con siete rayitas y una estrellita y entonces los dioses se dieron cuenta que ya habían inventado el después porque antes estaban todos apelotonados y ahora, o sea después, ya estaban un poquito más separados y entonces se dieron cuenta que el después se quedaba muy chiquito porque no avanzaban y el antes ahí nomás bien cerquita y ahí estuvieron en un antes y un después muy chiquitos, sino es porque llegó la buena idea en la cabeza de ellos y sacaron el acuerdo de acompañarse todos en el después que le tocaba a cada uno y allí hacían otro baile y otra empujadera y salían siete rayitas más en una de las siete rayitas primeras, y luego iban al otro después del otro y hacían lo mismo y así hicieron siete veces y ya tenían siete veces siete rayitas y vieron que era bueno pero no bastaba. Y entonces sacaron el acuerdo de crear a unos que se encargaran del trabajo de bailar y de ponerse serios y encontrarse y separarse para ir abriendo el antes y el después y entonces dijeron que tenían que ponerle un nombre a las rayitas y le pusieron “caminos” a esas rayitas y a los que se iban a encargar del trabajo les pusieron “caminadores”. Y ya después se fueron a dormir los más grandes dioses, los que nacieron el mundo, los primeros, porque muy cansados se habían quedado de tanto bailar y ponerse serios y ya mandaron a los caminadores a hacer caminos y lo dioses se quedaron dormidos dibujando estrellitas de caminos que se hacían estrellitas, y así fue como se crearon los caminos y los caminadores y fue un producto de la seriedad y la alegría de los más grandes dioses, los que nacieron el mundo, los primeros.

Subcomandante Marcos, extraído del DISCURSO DE BIENVENIDA AL FORO NACIONAL INDIGENA, Comunidad de la Realidad, Chiapas, Abril 1996.

viernes, 10 de noviembre de 2006

anhelos

Una flecha a gran velocidad
se desliza por el aire,
sin encontrar blanco, cae.
Un próximo entusiasmo ingenuo
no demorará en levantarla.

sábado, 21 de octubre de 2006

Seco

La sal del mar,
cuando se ahogan las olas,
cuando se acaban las gotas,
todo lo que queda es la sal del mar.
Naufragio desesperado se transforma en caminata,
un manojo de estrellas dibuja una vaga flecha.
Las mejillas secas duelen más que las húmedas.
Las mejillas secas son sabor sin mar.
Sal.

lunes, 16 de octubre de 2006

Pestañas

Pestañas, y mi obsesión por ellas.
A veces se quedan tiesas, la mirada fija. Las imágenes no se corresponden con lo objetos que posan delante. Le llaman mirada perdida, aunque sea la más encontrada.
Cuerpo de piedra, piel de tela, una estatua cubierta del público se retrae.
Las pestañas aún no se mueven, las imágenes no se detienen, sólo durará un instante.
Descubro que el azúcar se disuelve, de a poco, casi imperceptible. Se diluye, se pierde en los mares salados. Sin embargo me deja todo, el sabor. Lo siento.

Me ven quieta. Yo soy movimiento, soy alma agitada y pulso galopante, los segundos más ciertos y más intensos. Algunas pestañas caen, otras se mojan, quizás los dientes se quiebren a golpes, o muestren una sonrisa. Todo puede suceder en el instante detrás de la tela. Blanca, pura, cierta.
Todos miran y nadie ve nada. Alguien me tira una moneda y se queda expectante. Las pestañas se arquean, el agua se evapora, casi por obligación. La tela comienza a caer, suave, la exhibición a flor de piel. El cuerpo responde. Las pestañas vuelven a su andar, la mirada relaja su rigidez ciega, mira a la gente anónima, a los autos pasar. Mis movimientos se corresponden con los espacios, mis ojos pueden ver a los objetos posando delante de mí. Nadie notará nada. A nadie se le ocurrirá decir que ando con la mirada perdida.

jueves, 12 de octubre de 2006

Taciturno

Con 27 horas encima, hasta las margaritas de mi jardín primaveral me anhelan una cama.
Tengo la almohada, la hada madrina, las ovejas escapándose del corral, aunque hace 10 años que me las figuro saltando, nunca se en realidad si entran o salen. Tengo las medias suaves, la persiana baja, las imágenes recientes. Tengo la historia perfecta para empezar a soñar, tengo las ilusiones que caben solo en una noche. Tengo las pestañas chocando cada vez más lento, y por primera vez en el día, puedo escuchar mi respiración. Tengo el deseo de imperar sobre los recuerdos, y de jugar a la inocencia. Tengo todo lo que no veo con la luz del día, hasta le robe el pijama a rayas a la luna. Tengo los malabares y la desesperación, tengo todas las recetas para inventar la tranquilidad. Tengo los peluches en el suelo, y el colchón en mi propiedad absoluta. Tengo la madrugada en las manos, y unas 32 horas encima. Tengo la sed, que debilita la seguridad de mantenerme horizontal. Ya me rasque la cabeza y los brazos, ya me refregué los ojos. Ya mire por la ventana, para ver si desde la cama tengo la suerte de encontrar la luna, y alguna vieja en escoba que le haga burla. Tengo los anillos en la mesa de luz. Tengo al velador triste y a las hojas abandonadas. Tengo a la noche toda en un suspiro cansado. La heladera y el ventilador se oyen como una banda sonora, de muy alta frecuencia. Alguna voz de alguien que se ríe, se escucha de lejos, un mundo que se divide entre aquel y yo; un niño llorando, porque todavía no se ha enamorado de la oscuridad y esta aprovecha para asustarlo. Las sombras quizás aprovechen para moverse, o para perpetuarse en las figuras más admirables, imperfectas y espontáneas, producto de la contingencia, la mezcla de luces y posiciones, ángulos y superficies, lo más hermoso de las apariciones y desapariciones, de las curvas borrosas, los límites indefinidos, la nitidez inexistente, las invenciones propias que les dan forma; dos gotas de agua, la humanidad en mi pieza.
Quizás el perro ladre, y yo simule enojarme, por la hora, momento, lugar y etcéteras de connotaciones… las esteriotipadas reacciones que lamentablemente estructuran algunas respuestas; pero en realidad yo no estaba durmiendo, y su ladrido fue mi compañía, ir a ver que pasa con ademanes de queja, mi utilidad como ser humano en aquel momento que venía desvaneciéndose en la nada. Hasta los perros son capaces de hacernos existir.
Tengo los ojos rojos brillantes, como dos manzanas, me miro en el espejo y el espejo del reloj, la hora y mi cansancio no pueden seguir compatibilizándose, de hecho nunca lo hicieron, vuelvo a la cama pensando en eso.
Tengo las medias suaves, tengo las sombras, tengo la luna, las hojas reclamantes, los sueños ansiosos, tengo las ovejas, los corrales, tengo la escena de semáforo en rojo y mi inquietud disfrazada para engañar a la noche, para pasar vestida de bufón y en puntas de pie, para sumergirme como un personaje (ficticio) más de la aventura serena.
Tengo hasta el silencio más desgarrador, ese que subyace a todos los sonidos que descubrimos a la noche. Todo lo externo a mí parece una invitación al descanso de la existencia.

Pero el ruido es más ensordecedor que el que soporta un rayo de sol reflejado en el vidrio de un auto, varado en medio de una congestión de tráfico gigantesca, en la calle más ancha del lugar más céntrico y cosmopolita, de una sociedad occidental altamente consumidora. El ruido, como gritos infinitos de historias repetidas en interminables puntos de distintas partes del mundo, que nunca convergen, físicamente.
El ruido, no me deja dormir. Amanece y las ojeras me saludan, con una oscura y burlona sonrisa. Las arrugas de las sábanas, ni se han enterado.

Si supiese de música, le pondría melodía, y haría de este ruido, una hermosa canción.

martes, 10 de octubre de 2006

Impulso complilador (6')

Pisadas, otra vez las mismas, las que preguntan. ¿Qué has hecho? ¿Te querías escapar? Miradas sin pestañas, tan profundas como el crujido que no quiero oír, el de tus hojas viejas, tus ojos de siempre. ¿Los míos? Los nuestros. Lucía una simplicidad mentirosa.
Otra vez las pisadas, que retrucan lo cotidiano, que revierten tus propios desafíos. Los míos. Dejar de ser, para ser calañas. Acá estamos de nuevo, solos, pero fieles.
Y sí, a veces leo y me espanto. Cuando me leo. Cuantas traiciones inocentes. ¿Inocentes? La hipocresía te envenena inocencia, te envenena, te desaparece.

Ahora sí de nuevo cómoda, en la misma incomodidad de siempre, en casa, en mis letras, nada de Doce, nada de Borges. Descansa la Búsqueda de la Sencillez y el Poco de Nada.

Sí, se reanuda lo cotidiano, con el mismo sabor de siempre, sabor a mí.
Ya te sentía lejos, estabas ahí, detrás de la menta fresca.
Reciclaje.

viernes, 6 de octubre de 2006

lunes, 25 de septiembre de 2006

Descripción.



A Pablo le perturba que sólo sean dos las cucharadas de azúcar las que le regalen el sonido al chocar con el agua caliente, a veces tiene que lidiar con la perturbación que causa decidir entre un té más dulce que a su gusto y menos sonidos de granos de azúcar golpeados por la pantalla de agua, como un piso que se disuelve.
Olbap, arrebatado, lanza el azúcar desde el tarro, ni cuchara, ni sonidos, ni siquiera dulce o amargo, sólo una mera contingencia de acontecimientos desordenados.
Pablo se engaña a sí mismo, cuando al recalentar un té en el microondas, a causa de algún suceso-interruptor-de-té, siente que el calor es distinto, que el líquido fue poseído por unas ondas extrañas que han raptado lo genuino, que de un momento a otro perdió. El humo ahora parece sintético, y se le restan grados de placer al consumar un sorbo. Olbap descansa sus ojos en los dibujos que el calor figura en la superficie de la taza, sin importar que éstos sean cada vez más débiles, y su té más frío, si tiene la energía suficiente, quizás se pare, se calce con suerte algunas zapatillas de chancletas, y llegue a la cocina para abrir esa mágica puertita y apretar un par de botones (también mágicos) que dejarán como nuevo al descuido de la taza ahora tibia, agonizante. De todos modos, esto sucedería con suerte. Probablemente si somos realistas, tapándole las orejas a pablo para que no sufra, Olbap haría otra cosa más práctica: asesinarlo, abandonarlo, dejar que se enfríe sin más, esperar a que alguien lo tire, y en algún otro momento con más tréboles de cuatro hojas, tomar el té en condiciones.
Nuestro amable Pablo, suele acompañar con tres o cuatro galletas a este episodio. Las muerde siempre perimetralmente, cuidando que no se quiebren. Junta las migas en un rincón, y si está de humor y el tiempo lo permite, juega con ellas, formando triángulos de migas de galletas sin sal con sus dedos, al costado de la mesa. Olbap devora, escupe, se llena de pedazos la ropa, suele terminarse el paquete sin preferencias mayores que el vencimiento lejos de la fecha, o de sus ojos. Se para y sacude, las migas sin existencia alguna ruedan, se chocan, algunas caen al piso, otras, vaya uno a saber que es de las otras.
Olbap no cuida el tiempo, se le enfría el té porque es desprolijo y no ve a los segundos matarse a golpes con el tic, con el tac.
Pablo calcula, mide, especula. Tiene un reloj a la altura de la nariz en su escritorio, con solo girar unos milímetros el iris puede verlo acusando cuantos minutos pasaron de los cinco concedidos para la temperatura justa de la infusión. ¿Infusión? ¿Qué es eso? Que manía que tenés de hacerte el complicado, por ahí juraría que tenés 125 años y dolor de muelas, el té es té y punto, que tanto lío (Olbap). A veces cuando Pablo mira, el reloj esta de espaldas o en una posición que le tapa la cara, como un hombre caído, es Olbap que no entiende nada de números, solo que lo ponen nervioso, y lo tumba (al reloj).
Sin mayores precauciones, Olbap pone el agua a calentar, quizás exploten muchas burbujas desesperadas gritando piedad, hasta que este despistado hombre se digne a regresar. Ya lo imaginamos todos, Pablo se sienta a esperar, haciendo guardia, que el agua evaporada sea la justa y necesaria, un gas vaporoso de más perdido en el espacio infinito podría alterar las medidas requeridas entre sacos de té y tazas, acordes a las distintas ocasiones.
Olbap siempre ensucia, desde los bordes de la boca a los que no debería llegar gota alguna, hasta la pera y papeles varios que casi siempre están dispersos por toda la mesa en la que se halle sentado incursionando alguna lectura. Lectura, Pablo lee horas seguidas con metas fijadas de antemano, por intervalos de tiempo, por cantidad de páginas, otras desafiantes. Los recreos son breves y cargados de culpa, casi no consume alimentos al momento de esta actividad que requiere de todos sus sentidos. Si tiene que remarcar, esto se hará con colores suaves para no corromper la tinta original, regla, y lápiz que será repasado en lapicera una vez que abunde la seguridad (escasas oportunidades), Olbi dibuja garabatos, no solo en los márgenes, sino en todos los espacios blancos radiantes tentadores, coloreará con diversas tonalidades todo tipo de palabras: las interesantes, las extrañas, las que suenan gracioso, las que no entiende y nunca buscará en el diccionario, las de algún nombre y/o fecha que parece importante. Como ya sabemos, no tiene consideración de la hora, la actividad puede variar desde un mayor tiempo dispensadoen los “firuletes”, hasta una equidad entre estos y la lectura.
Llega un punto en el cual Pablito y Olbito confluyen, cuando Olbap lleva excesivamente más tiempo en márgenes, no-márgenes y colores, que en lectura, algo le empieza a picar en la cabeza, Pablo se le ha metido dentro y le rastrilla el cerebro, preocupado viendo si encuentra alguna semilla para regar, a veces la encuentra y Olbi termina por mirar la hora y las hojas leídas, notando un gran defasaje que le empuja a una extraña sensación de “apablonamiento”. Pablo se ríe y se le sienta enfrente ostentando toda su prolijidad y orden, ideas relevantes subrayadas y un té a medias que aún emana humo de calor. Olbap lo mira, se gruñen, se abrazan, cambian de lugar, Olbi le tira el pelo y hace un ademán que parece pedir la retirada de su única compañía. Única compañía, esto alude a eternidad, son sólo eso, uno y otro, para eso existen, para no estar solos. No pueden estar solos, son como un par de guantes y el frío, como un par de ojos abiertos y sus parpados caídos, como todo lo que existe, como los opuestos que de tan distintos son toda la unidad factible de inteligir, ya nos lo dijeran los griegos y sus dobles un par de muchísimos años atrás, que no son más que la unidad originaria de todo ser humano. Doble, double, doppia.
Una metáfora visual: Pablo mira a un anciano y se admira de su sabiduría, consigue no asustarse de su posible devenir, connotándolo de benevolencias y justificaciones; mientras que Olbi, en el interior de su pecho, se desintegra de la desesperación, como el inevitable destino silenciado del azúcar en su agua caliente, quien muestra su dulzura robando su rostro, y otra vez las dos caras de la moneda.
Pablo es de géminis, siempre usa guantes, toma té y lee, mira poca televisión pero escucha radio, se enamora del ding dong de las campanas a la mañana, Olbap hace lo mismo, exactamente lo mismo, pero sin chululerío; un instante agotará sus vidas, con metáforas o con cosas simples. El amor y el dolor, con flores o sin ellas, siempre se presentan. Pablo le inventa nombres e historias, Olbi quizás se sienta un poco manipulado, será porque no inventará tantas historias y sentidos que expliquen los porqué de la humanidad toda.
Las opiniones con el tiempo varían, pero no engañan, a veces decimos desconocernos, como si alguna vez nos hubiéramos conocido (¿conocer qué?), que imprudencia tan sana, para no morirnos del mal mas oceánico, infinito y salado, la nada toda, mejor tomemos un té caliente y dulce. ¿Nada toda? ¿Pero qué es eso? ¡No ves que hablás para complicarte la vida! Yo no entiendo para qué tantas letras y papeles (Olbap, serio). Con el tiempo uno piensa ¿Cómo pensé aquello? Pelean Pablo y Olbap. Cuando hacemos algo que no entendemos porqué en el preciso momento que lo hacemos. Más Olbap. En el fondo si me preocupa mi edad, las arrugas, ¿Soy yo o es él? ¿Somos?

viernes, 8 de septiembre de 2006

Las doce

Y si, ya son las doce, ya pasaron los largos y breves momentos en los que el estudio se me esfumó de las manos. Son las doce, y ya no queda nada por hacer, los ojos ya tienen arena, las manos se mueven lentas, la conciencia moral quiere irse a dormir, con la excusa de funcionar mañana. Son las doce, y como a las doce de cada noche, pasa un dia mas, arrebatado y sin pedir permiso. Otra vez las mil promesas para un dia que debería tener 17.000 horas, que hacen que le echemos toda la culpa a las pobres y escasas 24, que restadas a todo tipo de actividades hiper-necesarias, se reducen a un humilde par, en el que se desplazan esos intentos largos y breves de estudiar, entre mates indispensables, inspección de heladeras, la necesidad del diálogo y amor cotidiano junto con algo de alienación cibernética. Son las doce. Ya duermen esas flores que se cierran de noche que no se como se llaman, ni me importa. Yo sigo acá, manteniendo el aire, tratando de no dormirme, pensando en las 17.000 horas que debería tener el día que sigue y me persigue, para terminar como hoy, disfrutando y riendo de las cosas menos programadas, que siempre se nos escapan de cualquier esquema, haciéndonos la burla, mas graciosa, que tiene lo cotidiano mismo de la vida. Y si… son las doce, ya y cuarto, entre letras y suspiros, pero hoy son doce especiales las cumplidas, esta noche, como absolutamente cualquier otra, y como ninguna que jamás se repetirá, hay algo haciendo metamorfosis, una coraza que se rompe, un vistazo hacia los límites de la complicación, esa que tanto me ha perseguido, cada vez que hablo y escribo. Hoy son las doce, y no me importa, no lo noto, lo que noto son ganas de hablar escribiendo, con las palabras que nunca uso, cuando callo narrando aventuras de desconcertantes espectáculos de la existencia que se desplazan frente a Lucía, esa que mira y escribe, como si supiese algo más, como si tuviese algo que decir. Son las doce, y no tengo nada que decir, nada nuevo, nada no dicho, nada de nada. Son las doce y no me importa, oigo sonidos que me enloquecen (la tele), me distraen, pero no cierro la puerta para lograr esa concentración que requiere preguntarme esas cosas, hoy invento lo que quiero, hoy soy capricho.
Es el cansancio, y las ganas de tomar un mate con el azúcar justa, yo tomo almíbar, aunque digan que corrompe el verdadero sabor de la yerba, no me importa.
Ya entiendo… cuando era chica, y me subía a la calesita, me gustaba ver todo dar vueltas, pero llegaba un momento que el ritmo me cansaba, o el mareo me hacía bajar, o simplemente me aburría. Hoy, no se mañana, me bajo de la calesita, para intentar mantenerme abajo algunos otoños, para sentir el crujido de las hojas debajo de la zapatilla, vieja, rota, sucia, pero mía.
Quiero el cordón de la vereda, el olor del café a la mañana, la bendita y eternamente repetida brisa sobre la cara, el amor de los guantes cuando las manos se me hielan, el silencio que me hace llorar y me despierta con sus gritos para decirme que estoy más viva de lo que creía, los ruidos que me hacen dejar de ser la más vulnerable presa del más perseguidor pensamiento, quiero tener setenta años y seguir bailando sola, como todos, algunos bailamos con los ojos, con las manos, con el golpe de los pies al ritmo de la música, los dedos al borde de la mesa, con saltos, haciendo eco, con la voz del tarareo; quiero seguir creyendo que el pasto se pone contento cuando llueve, y que las hormigas siempre sean viajeras, quiero las medialunas inamovibles del café con leche, quiero al más grande fenómeno siempre en mi vida, los amigos; quiero encontrar rápido la perilla de la luz cuando siento ruido a “bichos” en la noche, quiero sentir el frío del piso en los pies cuando hace calor, quiero lo más trivial y trillado, quiero a lo que me he enfrentado hasta hoy, porque hoy son las doce, y estoy debajo de la calesita, sintiendo ese crujido de las hojas por mi escritas, crujidos que son reclamos, reclamos por un dia sin acentos y con menos pliegues.
Ya no quiero ser escritora, quiero conocer mis faltas a través de la escritura, quiero encontrarme en el discurso, para algún día, dejar de escribir palabrerío. Y si, todos tenemos utopías.
Son la doce hiper-pasadas, y tengo la indispensable necesidad de alivianar mi cotidianeidad, yéndome a leer, y a dormir. ¿Será cierto que las personas hacen giros en sus vidas, o se los inventan? A mi esto me suena a invento, pero eso ya es tema para complicados, hoy no me toca. Se pasaron las doce, es increíblemente indispensable que me vaya.


martes, 5 de septiembre de 2006

algo de nada, como siempre


No hace falta entenderlo,
Ni hace falta creerlo,
Ni si quiera convencerse,
Simplemente decirlo, narrar, para que nuestros oídos escuchen, ese punto y coma, en la enumeración de las causas de nuestros sentimientos.
El hábito, que coloca a cada i debajo de su punto, se encargará de lo demás, se encargará del punto y aparte, ese que bordea y burla a la locura producida por no entender quien golpea a la puerta de la casa vacía (que nunca contesta y mantiene sus persianas cerradas, con un gato negro en la entrada) disfrazando de pleno sentido a la narración, acariciando el punto final, de la historia feliz, esa, la que conocemos todos, el profundo pueblo del alma, en donde vivieron felices hasta que se los comieron las perdices.
Así son las palabras, nos encarcelan con cadenas de simbolismos en la racionalidad, en los cuentos, las historias, ficciones que son vidas, aunque siempre queda ese margen, ese espacio en el rincón de la hoja donde hacemos garabatos, como un suspiro, un aire, un delirio, donde nacemos y morimos, para continuar ficcionalizando la mas irracional de las maravillas, para dejarnos así tranquilos, de una vez, tomando mate al borde de la vereda, esa, que conocemos todos, que separa las ruedas de los pies, a veces es de cemento o de barro, pero siempre separa.
Comencé pensando en una hermosa historia, que no había que creer, ni entender, solo oír… pero se me perdieron las palabras, me las sopló el viento, que entró por la ventana, debe haber sido el gato que la dejo abierta, con su negro silencio de pisadas suaves, entra a cada rato, y me destroza el alma.

martes, 1 de agosto de 2006

¡ANDO BUSCANDO LA SENCILLEZ!
(con los ojos vendados, no vaya a ser que la encuentre...)

Salpicón

Hojas. Hojear la vida. Echarle un vistazo, no demasiado profundo, por las dudas.
Ir a la plaza, a la vuelta, a la hamaca. Hamacar la vida, no demasiado fuerte, para no marearse. Mediocridad.
Mirar alrededor, buscar encuentros, no demasiado cercanos, por miedo. Soledad.
Vivir solo, andar, caminar, pisar, apoyar el pie en el suelo, la zapatilla, suela con suelo. Superficial.
Mirar, observar, mover los ojos, las pestañas, enfocar el sentido visual. Exilio de la mirada. Y de nuevo la Soledad.

Y somos tantos, tan, tan, tan pocos, casi nadie. Una hormiga camina y encuentra una hoja, la miro y me mira, somos iguales, tenemos sueños, ella sueña con la hoja, yo con las hojas, las mías blancas, las de ella verdes, que más da, el sol nos ilumina.

Mezcla de colores, mi cabeza es un paisaje de pintura.
Rosa, el mas hipócrita, el vacío que seduce tiernamente, y dentro no lleva nada.
Verde, el color que nos acompaña, inevitable sombra del hombre, la espera de Vladimir y Estragón.
Celeste, Padre de las preguntas. La creencia, descreencia, el miedo, el fanatismo...
Amarillo, el color de los recuerdos, la foto añeja, los bordes borrosos.
Blanco, el ideal. La nieve sin pisar.
Negro, el amante de la claridad.

Pasto, suelo sin suelo.
Cielo, techo sin techo.
Cuando miramos para arriba
Cuando miramos para abajo
Todo sucede abajo
Nada sucede arriba
Todo sucede dentro
Nada sucede fuera
Sol-edad, una vez más.

lunes, 26 de junio de 2006

papel de hoja seca


viento intruso y dueño de casa,
como siempre volando las cosas anda,
pobres hojas debajo de la taza
ya con eso no les alcanza.

ay, de mis pobres hojas
solitarias, pero mansas,
tengo que buscarles sitio,
para que amarillentas no caigan.

solas y cada vez más rotas
si cae una que otra gota
sepan disculparme
mis queridas hojas.

papeles y folios me han cansado
la escena del crimen con
sangre los ha empapado
¿no ven que nos han robado la Joya?
inútiles! sobre rojo que escriba magoya.

siendo un trozo de papel en blanco
yo te diría, que te calles un rato,
aunque si pudiese la historia contarse al revés
sería tu filo el que marcase mi piel.

dos o tres siguen rozando la tierra,
algunas perdidas en su transparencia
otras amarillentas bailan con el viento
se han escapado del otoño y disfrutan del silencio.

lunes, 27 de febrero de 2006

Una paradoja y su sustento personal

Una paradoja

Pueblos enteros engordan, se llenan el estómago con los huesos de los que mueren de hambre.
Pueblos enteros engordan, recogiendo las monedas de las fuentes, robando sueños y esperanzas.
Como la abstracción de un círculo, una maliciosa perfección, en una secuencia sentenciosa, primero las manos que condensan el poder, que condenan con promesas a millones de cabezas a permanecer por debajo del trono, a rodar de ignorancia, luego nos enjaulan en el dilema que termina por hacer perfecto el rodaje, ¿mantenemos la mentira, o dejamos a las caras embarradas morir de hambre? Ante los rostros, que hacen desaparecer a la cifra de pobreza, convirtiéndola en una realidad palpable, ante los ojos desesperanzados, alimentamos sus bocas, y sin quererlo vaciamos sus corazones, opacando el grito desesperado que se ha adormecido en las entrañas, ese grito que nos hace humanos, ese que dice: ¡Yo soy como vos! ¡No quiero tus sobras!. El mismo grito que parece nunca haber viajado por las manos poderosas que reciben gustosas nuestras "contribuciones", por una patria mejor, por algunas casas más grandes, algunas cabezas más pensando que hacer con tanto oro debajo de la almohada.
En la escuela nos contaron del viejo Señor Feudal, las monarquías, los embriones de las liberaciones, de las independencias, del descubrimiento más grande del hombre al conquistar la razón: la libertad, los valores humanos, humanos, esa palabra que encierra a todos por igual, bajo el mismo nombre, desnudos de pieles y condiciones. Revolución Francesa, los derechos, todo pintado en papel. ¿Cuándo dejamos la esclavitud y el tributo? En medio de esa gran palabra, "postmodernidad", el Señor Feudal está más despierto que nunca, desperezándose con el aire de sus esclavos, tan contemporáneo como nuestras pisadas.
La impotencia de vivir en esta horrible mentira, de cuidar al "de abajo", de priorizar su subsistencia, olvidando la dignidad, como si no fuese una condición primaria y exigible. Proteger al de abajo, manteniendo así al de arriba, dejando que siga en su siesta, durmiendo acostado encima de nuestra paradójica bondad. Si esas voces inocentes no cantan, es porque les han robado lo mejor: las ganas de gritar, y a nosotros los esclavos nos han convertido simultáneamente en amos, responsables también de ese trueque, en donde se intercambia la humanidad, por un trozo de pan.
Pueblos enteros engordan, y nuestra generosidad es más alimento para devorar, más mentira, más curva circular.
*
Su sustento personal...
Me pesan las manos, me pesan los ojos, me pesa el cuerpo, de no hacer nada.
Cuando camino, mis pensamientos comprometidos, se quedan en silencio, y me convierto en uno más. Uno más, dormido en las palabras, asustado de ver la realidad. Un día de estos... será.
Cuándo camino, y veo, hasta creo tener razón. Caminar, teniendo pensamientos de los que al rato me arrepiento. Verlos. Caras embarradas, panzas flacas, ropas sucias, y palabras burdas, niños inocentes que ya saben engañar, convertidos en el malestar de la sociedad, el estorbo, instantes en los que mis pensamientos se desplazan y se condensan, se combinan una y otra vez, hasta convertirse en culpa, malditos pies que me han llevado por el camino de creer, con o sin razón, que en muchos de ellos, la dignidad no existió y nunca existirá, pensamientos que me agobian y me cargan de culpa, ¿cómo excluirlos, en esta cabeza, de la posibilidad de ser capaces de considerarse tan humanos, como cualquier humano?¿ Acaso tengo el derecho de semejante conjetura? Cuando los miro, veo un futuro tan librado al azar, que me asusta que sean tantos, la impotencia me envenena, y me siento egoísta, porque los de la impotencia y el susto, son ellos. Criados a frío y hambre, pero lo más dañino, criados como los "de abajo", como los que viven de los restos del balcón "de arriba", me da bronca pensar que quizás muchos de ellos no topen sus almas con el sentimiento de la dignidad, ya sea transmitido por alguien que la siente y la quiere contagiar, ya sea porque la vida les es agraciada y les muestra de alguna manera el valor de ser persona, ya sea porque de alguna forma, como un bote que rescata a un naufrago, la resistencia llega a la orilla, y se salva, y los gritos no se ahogan, ni el reclamo se enmudece, pero, que alguien me perdone, no puedo dejar de pensar que no serán muchos, sino pocos los que tengan la fortuna de sentirse grandes, y llegar a la orilla, porque, ¿quién, en su sano juicio, se sentiría grande y potencial, sentado en un rincón, atado de pies y manos, con los ojos vendados, y la boca abierta para que alguien que pase "emboque" un pedazo de pan? Para que algo así fuese posible, la fuerza del espíritu, alma, mente, o como se le quiera llamar, debería tener la fortaleza del amazonas, si no me quedo corta. ¿Quién los sienta en un rincón, los ata, y los ciega? El poder, el egoísmo, la no-consciencia, la vanidad, nadie en particular, todos en general, culpando nos quedamos señalando, y ahí va nuestro aporte.
Quizás alguien pueda salir a la calle y acercar más a la vida a alguno de ellos, me atormenta tener la certeza de que es una mayoría la que quedará varada, sin la mirada de nadie y la exclusión de todos. Me atormenta la realidad, me atormenta mi aporte que sería exactamente un grano de arena. Nada más, casi todo, casi nada.
¿Qué estoy diciendo? Nadie conoce la verdad, pero todos la buscamos... yo quisiera interpretar de otra manera lo que veo a mi alrededor, ¿Qué posibilidad tienen de ver la vida de otra manera? ¡si parecen enjaulados! ¿Alguien se ha preguntado porqué la gente mediocre es mediocre? Quizás por debilidad, quizás frustración, pero esos son espejismos para quien ha recibido solo lo indispensable para llenar la panza, la dignidad también se alimenta, pero no con monedas. Ese es un metal que el espíritu no ha aprendido a digerir.
Hay cosas que son irreversibles, ojalá existiese la magia de los cuentos, que devuelva a tantos ojitos las tardes de pelotas y muñecas, que quizás hubiesen sido tan cruciales, como hoy creemos que es darles de comer, para tapar un vacío que no se llena con materia.

lunes, 9 de enero de 2006

Revés

Como se esconden las risas, cuando de temor a no ser admitidas, lloran, transformándose, como un hombre que se esconde de la luna, y termina por ser lobo.
Como aquellas sonrisas, plagadas de inocencia, se ahogan con el paso del tiempo, se sientan solitarias a esperar que alguien que lleve arrugas marcando la piel y el alma, las recuerde como el patrimonio que nunca perdió, como la libertad de no saber, como la risa provocada por la nada, la brisa que voló una par de pelos y nos dejó ciegos, la carcajada de estar vivo.
Como esperan las lágrimas detrás del orgullo y la soberbia, como las dóciles gotas escondidas detrás de un gruñón trueno, que es puro ruido, como a veces lo son nuestras palabras.
Como de los cinco sentidos parecen sobrevivir solo algunos vestigios, solo algunas huellas, algunos sabores, algunos paisajes lejanos al tacto, a la vista y al corazón.
¿Quién va a robarnos la esperanza de despertarnos siendo niños un día más? Quién, sino la sombra que vemos a nuestra espalda, esa negra imagen que nos persigue después del cansancio, quién sino nosotros mismos, sentados esperando que el próximo día sea el elegido, y aún peor que el desprecio de una espera, la alimentación que a las sobras de nuestros sentidos damos de comer, para seguir anestesiando la vida, explicándonos como el más inexperto de los mentirosos, que los ruidos se pueden convertir en música con un poco de optimismo.
Si la humanidad entera pusiese un reloj despertador gigantesco, quizás nos convenciéramos de que es un canto de cuna, que es hora de dormir, para no romper la rutina del revés, los zapatos y después las medias, el hambre y el plato vacío, la guerra y luego la paz.

todo lo que puedo ver todo lo que puedo ver es un territorio plagado de objetos, hilos, colores y figuras extrañas moviéndose, acercándose...