Ya no creo en las palabras, son tan vulnerables y mentirosas como el más grande estafador, si mi sentir sale disfrazado, recortado y filtrado, atravesando una capa que no me deja verlos, entonces cuando escriba o cuando diga, solo serán palabras, nada más que eso, nada más que a lo que están destinadas a ser, palabras intensamente arbitrarias, frías y sin sentido. Una pésima traducción.
Ya no creo en lo

espontaneidad, haciendo de ésta, una elaboración. Ya no creo en ellos, porque a la mayoría los he visto en mi espejo, en mi cara, y en mi cuerpo. Los he visto en mi hermano y en mi vecino, ya no sé si mirar o escuchar, ya no sé si moverme, hablar, o quedarme paralizada en silencio.
Hasta el mas profundo de los silencios, se interrumpe por los gritos que no pueden oírse, pero que anhelan ser interpretados. Ya no creo en mi silencio, porque hace mucho tiempo que no me lleva a la salida, sino al mismo laberinto, que es tan conocido como incierto.
Ya no creo en mis palabras, ni en mi silencio, ni en los gestos a los que se les comienza a censurar su espontaneidad, ya casi no puedo distinguir, ya no siento la autonomía ni la vieja libertad.
Quisiera encontrar el túnel que me lleve a la profundidad, para quitar el polvo que hasta arriba se ha estacionado, quisiera invertir mi mirada sin quedarme ciega.
Solo necesito una luz, clara y visible, que sea la esperanza para demostrar lo que hay debajo de este polvo, que hace arder los ojos, hasta las lagrimas.
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