viernes, 8 de septiembre de 2006

Las doce

Y si, ya son las doce, ya pasaron los largos y breves momentos en los que el estudio se me esfumó de las manos. Son las doce, y ya no queda nada por hacer, los ojos ya tienen arena, las manos se mueven lentas, la conciencia moral quiere irse a dormir, con la excusa de funcionar mañana. Son las doce, y como a las doce de cada noche, pasa un dia mas, arrebatado y sin pedir permiso. Otra vez las mil promesas para un dia que debería tener 17.000 horas, que hacen que le echemos toda la culpa a las pobres y escasas 24, que restadas a todo tipo de actividades hiper-necesarias, se reducen a un humilde par, en el que se desplazan esos intentos largos y breves de estudiar, entre mates indispensables, inspección de heladeras, la necesidad del diálogo y amor cotidiano junto con algo de alienación cibernética. Son las doce. Ya duermen esas flores que se cierran de noche que no se como se llaman, ni me importa. Yo sigo acá, manteniendo el aire, tratando de no dormirme, pensando en las 17.000 horas que debería tener el día que sigue y me persigue, para terminar como hoy, disfrutando y riendo de las cosas menos programadas, que siempre se nos escapan de cualquier esquema, haciéndonos la burla, mas graciosa, que tiene lo cotidiano mismo de la vida. Y si… son las doce, ya y cuarto, entre letras y suspiros, pero hoy son doce especiales las cumplidas, esta noche, como absolutamente cualquier otra, y como ninguna que jamás se repetirá, hay algo haciendo metamorfosis, una coraza que se rompe, un vistazo hacia los límites de la complicación, esa que tanto me ha perseguido, cada vez que hablo y escribo. Hoy son las doce, y no me importa, no lo noto, lo que noto son ganas de hablar escribiendo, con las palabras que nunca uso, cuando callo narrando aventuras de desconcertantes espectáculos de la existencia que se desplazan frente a Lucía, esa que mira y escribe, como si supiese algo más, como si tuviese algo que decir. Son las doce, y no tengo nada que decir, nada nuevo, nada no dicho, nada de nada. Son las doce y no me importa, oigo sonidos que me enloquecen (la tele), me distraen, pero no cierro la puerta para lograr esa concentración que requiere preguntarme esas cosas, hoy invento lo que quiero, hoy soy capricho.
Es el cansancio, y las ganas de tomar un mate con el azúcar justa, yo tomo almíbar, aunque digan que corrompe el verdadero sabor de la yerba, no me importa.
Ya entiendo… cuando era chica, y me subía a la calesita, me gustaba ver todo dar vueltas, pero llegaba un momento que el ritmo me cansaba, o el mareo me hacía bajar, o simplemente me aburría. Hoy, no se mañana, me bajo de la calesita, para intentar mantenerme abajo algunos otoños, para sentir el crujido de las hojas debajo de la zapatilla, vieja, rota, sucia, pero mía.
Quiero el cordón de la vereda, el olor del café a la mañana, la bendita y eternamente repetida brisa sobre la cara, el amor de los guantes cuando las manos se me hielan, el silencio que me hace llorar y me despierta con sus gritos para decirme que estoy más viva de lo que creía, los ruidos que me hacen dejar de ser la más vulnerable presa del más perseguidor pensamiento, quiero tener setenta años y seguir bailando sola, como todos, algunos bailamos con los ojos, con las manos, con el golpe de los pies al ritmo de la música, los dedos al borde de la mesa, con saltos, haciendo eco, con la voz del tarareo; quiero seguir creyendo que el pasto se pone contento cuando llueve, y que las hormigas siempre sean viajeras, quiero las medialunas inamovibles del café con leche, quiero al más grande fenómeno siempre en mi vida, los amigos; quiero encontrar rápido la perilla de la luz cuando siento ruido a “bichos” en la noche, quiero sentir el frío del piso en los pies cuando hace calor, quiero lo más trivial y trillado, quiero a lo que me he enfrentado hasta hoy, porque hoy son las doce, y estoy debajo de la calesita, sintiendo ese crujido de las hojas por mi escritas, crujidos que son reclamos, reclamos por un dia sin acentos y con menos pliegues.
Ya no quiero ser escritora, quiero conocer mis faltas a través de la escritura, quiero encontrarme en el discurso, para algún día, dejar de escribir palabrerío. Y si, todos tenemos utopías.
Son la doce hiper-pasadas, y tengo la indispensable necesidad de alivianar mi cotidianeidad, yéndome a leer, y a dormir. ¿Será cierto que las personas hacen giros en sus vidas, o se los inventan? A mi esto me suena a invento, pero eso ya es tema para complicados, hoy no me toca. Se pasaron las doce, es increíblemente indispensable que me vaya.


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todo lo que puedo ver todo lo que puedo ver es un territorio plagado de objetos, hilos, colores y figuras extrañas moviéndose, acercándose...