jueves, 10 de abril de 2008


La librería jurídica y un rapto de moralidad.
(más que letras, vísceras)

De cómo intentar dejar de escribir acerca de sombras.
De cómo aparecen resabios en el intento.

Querida señora mía,
me acerco a dejarle este papel, para contarle una historia. Una de esas historias irrelevantes que no hacen más que ubicarse en un sinnúmero más de acontecimientos que se disuelven al ingresar en la vorágine del tiempo-espacio de la vida cotidiana. Cuantas cosas deja uno pasar. Que sillón cómodo suele ser el day after day.

La librería Jurídica:
Me hallaba yo mirando los números de los locales de la calle Duarte Quirós. Cuando encontré el que buscaba, indefectiblemente entré. Es tan simple existir a veces. Una librería Jurídica.
( frente a una mujer sentada en un escritorio, al final del saloncito. )
-Hola, que tal. Estoy buscando un libro… no me acuerdo bien el nombre, algo sobre las dimensiones de la criminalidad…Lo piden en cuarto año de Psicología.
-Hola, cómo estás. Si, si, es éste (su tono es agradable, cálido. Estira su mano y saca un ejemplar de detrás suyo).
-¿Aceptan tarjetas de crédito? Ando sin efectivo…
-Si, pero sólo x.
-Ah… (me afligí, realmente tenía ganas de adquirir el libro) No tengo esa tarjeta…Y no tengo plata tampoco. Pero, ¿Cuánto sale?
- Mirá, sale $18, pero acá tengo un ejemplar que te lo puedo dejar a $10, porque tiene estas rayitas (me muestra unas imperfecciones de edición y me explica algo sobre un editor que según ella era nuevo, novato o no sabía editar bien, porque había olvidado quitar los márgenes, y cosas así. Yo: cara de poker, quería el libro y no tenía plata, era un hecho.).
-Si, gracias… Pero de verdad que no tengo plata.
-Bueno, llevalo... después me lo pagás.
-(La miro. La sigo mirando.)
Creo que titubee en responderle, porque no sabía si había oído bien. Después me preguntó cómo me llamaba y supuse que sí, que había entendido bien, me estaba pidiendo el nombre como para una mínima identificación ya que si aceptaba, tenía que regresar a abonar el libro. Creo que dudé de mi sentido auditivo, aunque la distancia no hacía mérito, porque me resultaba simplemente no-creíble/posible, al menos poco probable.
-(mi cara debe haber sido de desorientación) Muchas gracias (lo dije con el mayor énfasis que pude, y estoy segura de que no se notó). Mañana mismo, a esta hora, cuando salga de clases vengo y le traigo la plata.
Caminando hacia la puerta volví a decirle muchas gracias. A veces me pasa, en situaciones inusuales o inesperadas, que quiero decir algo más para que el otro se aproxime aunque sea un poco a mi estado y lo que sucede es que me convierto o en un vegetal o en un disco rayado.


Viaje ético-existencial
Fue el no-intercambio de mercancía por dinero lo que me debe haber conmocionado. Yo estaba saliendo del local con un libro en mis manos, y no había dado más que mi palabra a cambio. Fue regresar al trueque. Libro por palabra. Un trueque platónico. Fue genial.
El día: (que era considerablemente agradable) tan otoñal, tan hojas-secas-tapizando-el-gris-ciudad, tan presente y airoso. Quizás fue ese agradable día impregnándose en mi piel, y su intensa compañía durante el largo camino de regreso, el que contribuyó a que una singular cadena de pensamientos circulara por mi cabeza: la gente cree en la gente, todavía la gente cree en la gente, los desconocidos pueden encontrarse, las miradas verdaderamente son más que iris y pupilas enfocados, la mujer sabe que voy a regresar, la mujer sabe que voy a regresar, la mujer sabe que voy a regresar, ¿cómo es que lo sabe?, ¿mi alma, finalmente, se había salido por mis poros?
Algo de perfección había en todo esto.

La caverna
Al día siguiente, en la facultad, era una de las únicas que ya había “comprado” el librito. Salí de clases y a la hora indicada fui a la librería jurídica. Busqué a la mujer y sospecho que sorprendida de verme cumplir mi palabra tan al pie de la letra (día y hora) me dijo:
-¡Ay, pero que divina!
Le di los diez pesos, saludé y me fui.
Su breve comentario esfumó un poco mis patéticos pensamientos idealistas del día anterior. Me dio la sensación de que su aire de asombro se debía simplemente a que yo podría no haber ido. No me gustó que se asombre porque ella había sido la protagonista de aquellos pensamientos idealistas
. ¡Qué exigente me vuelvo a veces!
Le conté a un par de amigas esta pequeña historia, que la podría titular: “me vieron cara de buena”. Me recuerda a que varias veces en mi corta vida me dijeron que tengo cara de buena, y que para mí esas veces siempre significaron no animarse a decirme que tengo una cara más bien común, confundible; de todas formas, el rostro nunca me había socorrido en apuros mercantiles.

Para finalizar. Escucho durante dos o tres días, de pasillo, a mis compañeros hablando acerca de este libro, cosas sueltas como estas: dimensiones de la criminalidad, editorial x, la librería, tribunales, $10, librito, tribunales, dimensiones, $10, $10, $10,... No se si fui yo o fue real, pero esos “$10” se hicieron insistentes, era recurrente, extraño. Hasta que lo vi y lo saludé: hola despreciable après-coup. Ahora entiendo lo que nos querías decir Teodoro, cuando nos explicabas que Anteo murió en el instante en que quitó los pies de la Tierra. El libro (pulcro, sin editores desprolijos/novatos/nuevos, ni márgenes olvidados) salía $10 (es decir: cuenta el cuento que para vender algo que no se puede vender te “meten el perro”, como por ejemplo te obsequian el perro de que te están haciendo un descuento y que creen en tu honestidad). Todo se resumió en recordar la cara de aquella mujer, protagonista de mis pensamientos por unos minutos de caminata, gasolina de la nave que me llevó a dar unas vueltas por el espacio sideral de la humanidad. Reconozco que ese día me colgué. Pero ese cuelgue estaba más reconfortante que las frases que ahora se me venían a la cabeza:

costo beneficio
costo beneficio
estúpida estudiante en frente
encajar libro que no se vende
= ganancia.
Clín. Caja.

Estúpida, estúpida, estúpida. De boluda te vieron la cara.

Proporcionando la ganancia del local con mi bronca, o mi pérdida económica con mi rapto de moralidad, las medidas son totalmente desproporcionadas. Sugiero una idea: Es la absoluta conciencia de estar tomando por boludo/paspado al otro que uno tiene en frente con una finalidad tan mísera (encajar un libro no-encajable) lo que me hierve un poquitito (212 grados farenheit) la sangre. Aunque no niego que mi ingenuo asombro existencial tiene casi el papel principal. ¿Serán estrategias comerciales? ¿Será la raza humana? ¿Estaré exagerando? No me interesa demasiado, mi manos me piden, señora, que le cuente esta historia. El sillón está cómodo, pero a veces hay que pegar un salto.

Para finalizar,
en escena una caverna, un fuego, y prisioneros anclados ahí dentro de tal forma, que sólo logran ver las sombras de los movimientos que se suceden fuera.

Algunas aclaraciones, señora:
Acerca de mi lectura/escritura de los hechos.
Esto parece tener más dimensiones de las que tuvo (aunque paradójicamente, la situación real sin tener grandes dimensiones acumuló una considerable cantidad de pulsión agresiva en mi aparato psíquico), así que debo pedir unas extrañas disculpas (extrañas porque a las disculpas me las debería pedir ud. a mí, más allá o más acá de las vicisitudes de mi texto). También es cierto que cuando uno lleva una historia relativamente sencilla al papel, esta parece adquirir mayor envergadura. Es que las palabras se toman su espacio, su tiempo.

La cuestión quizás tenga que ver también con un factor ineludible: escribo esto mientras escucho The Beatles (creo que me acentúa una idea que tengo, nothing’s gonna change my world, nothing’s gonna change my world), ud. sabrá que los Beatles, son los Beatles. Jai Guru De Va Om.

Es cierto también que usted ha dado con una casualidad, a esta persona (je-yo-I-io) le gusta escribir y a veces se cuelga pensando en cosas aparentemente triviales, normales, nimias, usuales, contingentes, posibles, etc. Esta historia fue carne demasiado fresca como para no escribirla, le pido otras extrañas disculpas, señora.

Estas aclaraciones se deben a un sentir: siento que quizás ud. no debería leer esto (aunque me encargue personalmente de ello). Porque pienso (permitiéndome proseguir portando este rostro de boluda) que quizás a una viveza criolla no haya que reprenderla con palabras tales, que si bien son respetuosas, también cierto es que ironías y parodias pueden guardar una crueldad insospechada. Recuerdo: una vez el padre de una amiga nos dijo que seamos cuidadosas con los juicios y con las criticas gratuitas hacia los demás, porque uno nunca sabe donde terminan de caer/rodar las piedras. Por esto la más puntual de las aclaraciones, la de mi intención: no quiero que la piedra le caiga en la cabeza, sino a un costado, lo suficientemente cerca para que el ruido haga que se de la vuelta, para que ud. pueda ver qué sucedió, qué causó ese ruido. Otra metáfora con las piedras: ponerle una piedra al molinete de las acciones cotidianas, para que se detenga. El molinete tiene mucha fuerza así que la piedra va a saltar y el molinete va a continuar su circuito voraz. No pretendo más que ese instante previo.

Me sigue resonando lo tragicómico y paradojal de la escenografía: una librería jurídica. Cuestión de contingencias quizás.

Le confieso, señora, que las palabras a veces me son un calvario, pero elaboro el antídoto con el mismo veneno. De algo hay que vivir.

2 comentarios:

Estefi Caicedo dijo...

Antes de dejarte un post relacionado al escrito en sí, quiero decirte que evidentemente la creatividad invadió tu mente, pues escribiste un interesante compendio de ideas un tanto catárticas, ¡jeje! Congrats...incluso por el dibujo, muy copado!
Bacio.

Estefi Caicedo dijo...

Ahora si, ya leí el texto completo. Debo decir que fue muy interesante, sobre todo porque así como vos lo nombraste se puso en práctica esto del après - coup. Lo que en el paradigma constructivista sería una posible mirada de la realidad (nota: si te acuerdas, haceme acordar -je!, que loco- que te cuente esto del constructivismo).
Se puso en práctica en tanto a medida que iba avanzando en la lectura mi opinión sobre la viejita de la libreria se iba modificando: resignificando.
Me encantó esto: "cuando uno lleva una historia relativamente sencilla al papel, esta parece adquirir mayor envergadura. Es que las palabras se toman su espacio, su tiempo" (Peretti, 2008). Eso es TAN cierto...y también tiene que ver con las realidades construidas, muy interesante.
Antes de finalizar, quiero pedirte que me expliques como es esto del mito de Anteo y el après - coup que no lo puedo "figurar".
Finalmente, no mercantilices todo comportamiento humano. Todavía existen, te lo aseguro (y de hecho vos sos un caso de evidencia), personas que no cagan y no piensan con esta formulita del costo - beneficio.
Au revoir!

todo lo que puedo ver todo lo que puedo ver es un territorio plagado de objetos, hilos, colores y figuras extrañas moviéndose, acercándose...