domingo, 13 de abril de 2008

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Si llego a vieja, el roce de mis pies (mi ella se acaricia) aún me delatará que estoy por dormirme. El mudo y arrugado automatismo será más fiel al narrarme a la niña, que todo aquello que puedan articular mis labios. Las puntillas de la historia no tienen traducción en el cuerpo. Quizás sólo eso reste de certero acerca de quién soy.

Sospecho que a la fatal posibilidad de elegir un cuento de entre los cuentos (que me contaré y le contaré a mis nietos), junto a las caricias en tiempo reflexivo (que configuran el aura de un tranquilo reposo), subyace el garabato (absurdo) de una soledad insalvable.

1 comentario:

Anónimo dijo...

la soledad no te enseña a estar solo, sino a ser unico

i

todo lo que puedo ver todo lo que puedo ver es un territorio plagado de objetos, hilos, colores y figuras extrañas moviéndose, acercándose...