jueves, 12 de octubre de 2006

Taciturno

Con 27 horas encima, hasta las margaritas de mi jardín primaveral me anhelan una cama.
Tengo la almohada, la hada madrina, las ovejas escapándose del corral, aunque hace 10 años que me las figuro saltando, nunca se en realidad si entran o salen. Tengo las medias suaves, la persiana baja, las imágenes recientes. Tengo la historia perfecta para empezar a soñar, tengo las ilusiones que caben solo en una noche. Tengo las pestañas chocando cada vez más lento, y por primera vez en el día, puedo escuchar mi respiración. Tengo el deseo de imperar sobre los recuerdos, y de jugar a la inocencia. Tengo todo lo que no veo con la luz del día, hasta le robe el pijama a rayas a la luna. Tengo los malabares y la desesperación, tengo todas las recetas para inventar la tranquilidad. Tengo los peluches en el suelo, y el colchón en mi propiedad absoluta. Tengo la madrugada en las manos, y unas 32 horas encima. Tengo la sed, que debilita la seguridad de mantenerme horizontal. Ya me rasque la cabeza y los brazos, ya me refregué los ojos. Ya mire por la ventana, para ver si desde la cama tengo la suerte de encontrar la luna, y alguna vieja en escoba que le haga burla. Tengo los anillos en la mesa de luz. Tengo al velador triste y a las hojas abandonadas. Tengo a la noche toda en un suspiro cansado. La heladera y el ventilador se oyen como una banda sonora, de muy alta frecuencia. Alguna voz de alguien que se ríe, se escucha de lejos, un mundo que se divide entre aquel y yo; un niño llorando, porque todavía no se ha enamorado de la oscuridad y esta aprovecha para asustarlo. Las sombras quizás aprovechen para moverse, o para perpetuarse en las figuras más admirables, imperfectas y espontáneas, producto de la contingencia, la mezcla de luces y posiciones, ángulos y superficies, lo más hermoso de las apariciones y desapariciones, de las curvas borrosas, los límites indefinidos, la nitidez inexistente, las invenciones propias que les dan forma; dos gotas de agua, la humanidad en mi pieza.
Quizás el perro ladre, y yo simule enojarme, por la hora, momento, lugar y etcéteras de connotaciones… las esteriotipadas reacciones que lamentablemente estructuran algunas respuestas; pero en realidad yo no estaba durmiendo, y su ladrido fue mi compañía, ir a ver que pasa con ademanes de queja, mi utilidad como ser humano en aquel momento que venía desvaneciéndose en la nada. Hasta los perros son capaces de hacernos existir.
Tengo los ojos rojos brillantes, como dos manzanas, me miro en el espejo y el espejo del reloj, la hora y mi cansancio no pueden seguir compatibilizándose, de hecho nunca lo hicieron, vuelvo a la cama pensando en eso.
Tengo las medias suaves, tengo las sombras, tengo la luna, las hojas reclamantes, los sueños ansiosos, tengo las ovejas, los corrales, tengo la escena de semáforo en rojo y mi inquietud disfrazada para engañar a la noche, para pasar vestida de bufón y en puntas de pie, para sumergirme como un personaje (ficticio) más de la aventura serena.
Tengo hasta el silencio más desgarrador, ese que subyace a todos los sonidos que descubrimos a la noche. Todo lo externo a mí parece una invitación al descanso de la existencia.

Pero el ruido es más ensordecedor que el que soporta un rayo de sol reflejado en el vidrio de un auto, varado en medio de una congestión de tráfico gigantesca, en la calle más ancha del lugar más céntrico y cosmopolita, de una sociedad occidental altamente consumidora. El ruido, como gritos infinitos de historias repetidas en interminables puntos de distintas partes del mundo, que nunca convergen, físicamente.
El ruido, no me deja dormir. Amanece y las ojeras me saludan, con una oscura y burlona sonrisa. Las arrugas de las sábanas, ni se han enterado.

Si supiese de música, le pondría melodía, y haría de este ruido, una hermosa canción.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Definitivamente con el ruido de tus noches (noches eternas) yo tampoco dormiría ...
Te cuento, que con las ovejas me has hecho pensar, es un halgo, al que se le pueden hacer muchas lecturas, con muchos significados diferentes ...
Que las ovejas salen del corral, salen para ser libres, pero siguiendo la lógica, suponemos que si salen de un corral, debería haber un número finito de ovejas, a menos que tomemos al corral, como un infinito límite, pero en ese caso, ¿Para que quisieran salir de halgo que no tiene límites? la libertad ... Puede que las ovejas entren al corral, entonces bien, podríamos interpretar, que la última oveja en saltar la cerca de madera, es símbolo de un día, de un todo que se cierra, y queda guardado, de esa forma, seríamos como un corral infinito, que guarda o almacena, todos y cada uno de los minutos que vivimos ...
rafa

todo lo que puedo ver todo lo que puedo ver es un territorio plagado de objetos, hilos, colores y figuras extrañas moviéndose, acercándose...