sábado, 7 de septiembre de 2013
Los surcos del pensamiento popular pueden estar arados a tal punto que si no contestás lo que hay que contestar para formar parte del club de los aparentemente felices pero profundamente tristes, automáticamente pasás a formar parte del oscuro club de los claramente locos. Un boliche viejo que siempre queda del otro lado de la vida, digo, del otro lado de la vía que divide al pueblo. Dos o tres canchitas llenas de yuyo y mucho barro. Y esto porque no alcanza con hacer del loco un sinónimo de lo diferente. También tiene que ser sucio y viejo. Ahora, lo que no entiendo es por qué me dejo enhebrar una y otra vez por esto, cada vez que la mina, el pibe, la dama o el señor saca a relucir esa mirada de coté para decretar que alguien no está "in". Me dejo enhebrar, como si los afiliados al club de los aparentemente felices pero profundamente tristes la sacaran barata. Hay que mantener el club de ese césped, digo, el césped de ese club. Todo un laburito.
jueves, 18 de julio de 2013
Cervantes Urbano
Me
había preguntado si estaba loca. Por primera vez, me preguntaba a mí misma si
era cierto, si estaba loca. De repente me empezó a parecer extraño,
insostenible, que mis ilaciones de pensamientos, ese aire apalabrado dentro de
mi cabeza, tuviera la eficacia material de hacerme tropezar. Con una raíz, una
piedra, un muerto. Una vez mis pensamientos frenaron a tiempo, mi pie se
anoticiaba de que la gente puede morir caminando por la calle, y permanecer
allí unos instantes hasta que alguien hace lo esperable: quitar la finitud de
la vía pública. Volvamos. De repente comenzó a parecerme todo una locura, no
puedo andar tropezándome con esta sospechosa frecuencia, a causa del aire. Estoy
loca. Iba caminando hacia lo de mi escuchóloga, como hacía cada jueves. Me
tropiezo, me tropiezo mucho cuando pienso. Pensar. No, eso no es pensar. Me
tropiezo porque alguna especie de bicho rumiante se adueña de mi cabeza, entra,
y me mira con esa cara de inquilino moroso, que usurpa. Usucapión.
Miro
la hora, mido la distancia que falta, y todo esto gracias al tropezón que
acababa de sacudir al bicho. Nunca me dan los números, otra vez a dos cuadras
con 10’ de anticipación. Cada cuadra, 1’, y qué hago con los otro ocho. Esos
ocho minutos en los que la eternidad existe para decirme: “sí señorita, usted
se tropieza más de lo normal, es desagradablemente puntual y habla de bichos.
Esta loca, loca bien loca, de remate”. Genial, muy ingenioso.
Como
no sé qué hacer, presto atención a lo lento que puedo llegar a caminar, levantar
y apoyar los pies suavemente, y vuelvo a calcular: nunca me va a tomar 10’
llegar a la escuchóloga. Además, llegar tan puntual no me tranquiliza a mí ni
al bicho. Bueno, no queda más que seguir, todo en la vida parece ser así, no
importa qué pase, hay que seguir. Y siguiendo lo veo. Parecía una escena
montada, la calle vacía, es pleno otoño pero no hay hojas en ninguna parte, un
silencio de barrio muy pintón, y eso
ahí. Qué es eso que está ahí, en mi camino. Voy llegando y le encuentro forma.
Es una hoja de un libro, amarillenta, desgarrada. Es tan claro que el universo
puso eso ahí para mí como que el amor es tan sólo una pregunta.
Me
agacho y agarro la hoja dejando su recuerdo en la vereda. Miro a mi alrededor,
no hay bolsas, no hay más hojas, ni libros destartalados que alguien haya
decidido tirar. Nada. No entiendo, y a mí me gusta entender. Cómo llega esta
hoja arrancada hasta acá, necesito descubrir la cadena de eventos. Es
imposible, no hay pistas. Es áspera y linda la página 139 y 140 de una
vieja edición del Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha. Algo adentro mío
se conmueve inmensamente. La verja de barrio, dónde más podría leer esto. Antes
de comenzar la lectura, mis ojos pasean sobre las curvas de las letras, me
gusta la tipografía, las formas, los manchones de tinta sobre algunos
caracteres mal impresos, la sutil distancia entre letra y letra, imperfecta,
que tanto me recuerda a las máquinas de escribir. Las palabras escritas, Lucía.
Las palabras escritas son un túnel, un puente que alguien me regaló alguna vez,
y eso es parte de mi nombre. Qué feliz es volver a un hogar, a un lugar que
guarda calor.
Comienzo
a leer, ‘copos de nieve’ es la primera frase. Cólera, aguamanil, enjuto. A Don
Quijote lo lavan, lo lavan en un pluscuamperfecto barroco. Lo limpian, digo,
ayer y de atrás para adelante: limpias y
enjabonadas las barbas le lavaban al Hidalgo. Yo alguna vez leí las
primeras hojas de este libro y ahora se sumaban inconexas las páginas 139 y
140. Sentí por dentro con soberbia certeza que ya no avanzaría más en esta
historia, que me iría de esta tierra con la lectura de las primeras páginas del
Quijote, más la 139 y la 140.
Releo
fragmentos de la hoja mientras escribo estas líneas, se hacen un especial lugar en mi pecho dos
expresiones: ´¿Qué decís entre vos, Sancho?’ y ‘¿Para qué es ponerme yo
ahora a delinear y descubrir punto por punto y parte por parte la hermosura de
la sin par Dulcinea (…)?’. Me arrebatan las ganas de preguntarle a
alguien qué dice entre él, y de
delinear punto por punto y parte por parte alguna belleza. Vuelvo a la verja, estoy leyendo, y cuando termino regresa el mundo que se había esfumado a mi alrededor. Cada cosa sigue en su
lugar, aparece un perro, o estuvo ahí echado a mis pies todo el tiempo mientras leía.
Me levanto apalabrando esta escena que es, que me está siendo. La locura, Quijote y Sancho, el perro, la vereda. La locura no es un estado, una permanencia, pienso. Quijote y Sancho. Quijote y Sancho. Camino a mi escuchóloga, encuentro, luego de tropezar, una de las metáforas más hermosas que el mundo ha hecho acerca de la locura. La locura como movimiento, como lugares que se ocupan, como momentos, como alegría y batalla. Llego al timbre de los jueves con esta metáfora en mi cabeza, y me encuentro parada allí, una vez más creyendo en los mensajes urbanos con una fe devota. Antes de tocar miro la hora, es tarde, casi diez minutos tarde, no sé porque pero me recorre un alivio, un suspiro se me impregna en el cuerpo. Entro.
Me levanto apalabrando esta escena que es, que me está siendo. La locura, Quijote y Sancho, el perro, la vereda. La locura no es un estado, una permanencia, pienso. Quijote y Sancho. Quijote y Sancho. Camino a mi escuchóloga, encuentro, luego de tropezar, una de las metáforas más hermosas que el mundo ha hecho acerca de la locura. La locura como movimiento, como lugares que se ocupan, como momentos, como alegría y batalla. Llego al timbre de los jueves con esta metáfora en mi cabeza, y me encuentro parada allí, una vez más creyendo en los mensajes urbanos con una fe devota. Antes de tocar miro la hora, es tarde, casi diez minutos tarde, no sé porque pero me recorre un alivio, un suspiro se me impregna en el cuerpo. Entro.
sábado, 6 de julio de 2013
Colectivo
aunque
este vidrio rutero tenga pudor
y se vista
con el rocío de la noche
las
luces de los autos que pasan
lo desnudan
con violenta impunidad
dejando
al descubierto
el
recorrido que los roces ajenos
le
garabatean la piel.
casi
en caricia
esas
luces alcanzan mis mejillas
me
traen de vuelta
[y sucede
el milagro
del
escozor sideral]
me
pregunto cómo recortar,
con
qué tijera, para quién,
cómo
recortar un instante,
una
imagen, una flor,
una
confluencia infinitamente contingente de eventos,
cómo
recortar las capas
que
hacen que esta insospechada configuración de casualidades
desperece
los pelos de mis antebrazos,
diciéndome
que vivo, que hoy, que sol, que nombres.
cómo recortar
para mí
cómo
recortar para regalar
para
compartir
¡cómo
darte la secuencia irrepetible de flechas
cosquilleando
sobre esta piel que es mía!
cómo
recortar un segundo
caprichosamente
único
entre
tanta oferta de tijeras
entre
tanto recorte inmediato,
instantáneo,
obsceno, barato.
la soledad
camuflada
en el
collage colectivo
.
baila en algodón mi lámpara de techo
con la austera marcha del viento
afuera el mar está calmo
y hay luz untada en la ventana
a veces pienso con fuerza abisal
que el mundo entra en la nuez
de mi corazón de manzana
con la austera marcha del viento
afuera el mar está calmo
y hay luz untada en la ventana
a veces pienso con fuerza abisal
que el mundo entra en la nuez
de mi corazón de manzana
.
están en los lugares más insospechados
camuflados, acamaleonados
esperando que alguien les salte encima
[a veces no queda más
que la esperanza de un túnel]
camuflados, acamaleonados
esperando que alguien les salte encima
[a veces no queda más
que la esperanza de un túnel]
montaner
Esa pasión obscena
con la que canta
la quinielera:
la cabeza inclinada,
apoyada sobre un hombro ausente
moviendo los labios
con la impudicia y desmesura
de quien decreta la existencia
del amor magnánimo,
ese,
que todo lo puede.
apoyada sobre un hombro ausente.
miércoles, 22 de mayo de 2013
lunes, 21 de enero de 2013
nostalgias
los grillos de la noche
guardan en su canto
mi nostalgia no es el recuerdo
sino el vapor que deja el tiempo
dice que el mar es lo más parecido al tiempo
y el viento al corazón de quien no esconde
los grillos de la noche
guardan en su canto
cada gesto, palabra, suspiro
que no encontró reparo
en las memorias
mi nostalgia no es el recuerdo
sino el vapor que deja el tiempo
en las gargantas chirriantes
el coro azul
el coro azul
dice que el mar es lo más parecido al tiempo
y el viento al corazón de quien no esconde
dice también que bajo estas estrellas
siempre habrá un sin para cada hombre
lunes, 7 de enero de 2013
jueves, 3 de enero de 2013
![]() |
el amor en la rue salguero |
el aprecio desde la lejanía, me había dicho
yo no lo escuché porque escuchar no es tener una oreja que funcione
pero con el tiempo sus palabras cayeron como choclos en un morral
el aprecio desde la lejanía: la admiración por los puntos
cuando la flor se convierte en un punto rojo a un tris de confundirse con el aire
allí es cuando estos señores agarran sus guitarras y sus pinceles, se hinchan el pecho y comienzan a amar. amor de pupitre, ascéptico, antibacterial, intelectual, binocular, de experto en sublimación
...idiotas, pensé.
yo no quise decir eso, me dijo
pero yo ya no pude escuchar otra cosa.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)
todo lo que puedo ver todo lo que puedo ver es un territorio plagado de objetos, hilos, colores y figuras extrañas moviéndose, acercándose...
-
Yo escribiría sobre él Como conocidos hablaban. En realidad, él le hablaba, sobre el precio del medicamento para el asma “nadie te da nada, ...
-
todo lo que puedo ver todo lo que puedo ver es un territorio plagado de objetos, hilos, colores y figuras extrañas moviéndose, acercándose...
-
nostalgias los grillos de la noche guardan en su canto cada gesto, palabra, suspiro que no encontró reparo en las memorias ...